En este artículo te voy a contar la historia de Élisabeth Vigée Le Brun, una artista que pintó retratos de grandes personalidades durante el siglo XVIII y principios del XIX.

¿Has escuchado hablar alguna vez de ella? Seguro que no.

En esta nota descubrirás a una mujer brillante que desafió las reglas de la época y que fue inteligente para crearse una carrera profesional independiente en un mundo dominado por hombres.

Este es el segundo artículo de Mujeres Liberadas. La idea de esta sección es contar la vida de mujeres que trascendieron en distintas disciplinas. Especialmente de aquellas que no son tan conocidas, pero que han hecho aportes extraordinarios ya sea en ciencias, artes u otro campo.

Este es un artículo extenso que te va llevar unos minutos leerlo. Así que te invito a que busques un lugar cómodo para leer y por qué no, una taza de café o de té.

Ahora sí, comencemos conociendo la vida de Élisabeth Vigée Le Brun.

Infancia separada de la familia

Élisabeth Vigée nació en París en 1755 bajo el nombre completo de Marie-Louise-Élisabeth Vigée. Fue criada en el seno de una familia de lo que podríamos llamar clase media. Con suficientes recursos para vivir bien, pero no tantos como para vivir del lujo.

Su madre Jeanne era peluquera y su padre, Louis, un pintor especialista en retratos y en la técnica de la pintura al pastel. Este tipo de pinturas se caracteriza por no utilizar disolventes sobre el lienzo, lo que lo diferencia de los óleos o de la acuarela.

Gracias a su trabajo, Louis tenía acceso a contactos importantes, incluyendo otros artistas de renombre.

Élisabeth se interesaría en el trabajo de su padre y seguiría sus pasos, pero antes, a los 6 años, fue enviada a un convento para ser educada. Esto que puede parecernos raro hoy en día, era una práctica habitual en el siglo XVIII.

Tiempo después, al cumplir 11 años, llegó el momento de la vuelta a casa. Élisabeth se reunió nuevamente con su familia, que ahora contaba también con un bebé, su hermano menor Étienne que se convertiría en un destacado dramaturgo.

Lois era un artista y le daba mucha libertad a su hija quien experimentaba con los pinceles y los colores en el atelier de su padre. Así fue como Louis descubrió que Élisabeth tenía mucho talento para el arte. Podía ser una gran artista y por eso decidió comenzar a instruirla.

Aprendiendo de los grandes maestros y de forma autodidacta

Louis Vigée le pasó mucho de su conocimiento técnico a su hija Élisabeth, pero eso fue sólo una parte de lo que hizo por ella a nivel educativo.

A través de sus contactos, logró que Élisabeth recibiera algunas lecciones de grandes artistas franceses de la época. Ellos la instruyeron, en aspectos básicos de la pintura como por ejemplo crear una paleta de colores.

Pero la instrucción de Élisabeth quedó trunca en poco tiempo. Un inesperado acontecimiento la obligó a salir a buscar encargos pagos para pintar.

Siguió instruyéndose el resto de su carrera profesional, pero siempre lo hizo como autodidacta, sin recibir educación formal de ninguna academia de artes.

Dolor y oportunidad

¿Por qué la formación de Élisabeth como artista quedó trunca? Porque su padre Louis falleció cuando ella tenía 12 años.

La urgencia económica de la familia la llevó a ella y a su madre Jeanne, a salir a buscar trabajo. A pesar del dolor por la pérdida de su padre, esta fue la oportunidad perfecta para poner en práctica las habilidades artísticas de Élisabeth.

Por suerte el contexto ayudaba. Era una época donde todo el mundo quería ser retratado. Hay que pensar que no existía aún la fotografía y si alguien quería ser inmortalizado, debía posar para un artista.

Élisabeth tuvo muchos encargos de retratos y comenzó a ganar dinero. Fue el comienzo de una gran carrera.

Seguro estarás pensando, siendo tan joven, ¿qué tan bien pintaba como para que le paguen?

Bueno, la respuesta a esa pregunta es el retrato que hizo de su hermano Éttiene. Aunque ella ya tenía 18 años, se demuestra el talento que poseía siendo tan jovencita.

Etienne Vigée (1773) - Retrato de su hermano Etienne
Etienne Vigée (1773) – Retrato de su hermano Etienne

Miradas incómodas

Aunque a nosotros en el siglo XXI nos parezca un horror, en la época de Élisabeth una chica de 14 años ya estaba en edad para casarse. Más teniendo en cuenta que Élisabeth era muy bella.

Esto le iba a generar a ella una incomodidad al trabajar que daría como resultado, un estilo de retrato.

Cuando iba a retratar a caballeros a las casas de nobles, militares y personas destacadas de la sociedad, estos se la quedaban mirando embobados al posar para ella.

Para evitar esta situación incómoda, les pedía que miraran a un punto invisible más allá de ella, como mirando al horizonte.

En teoría, el típico retrato en donde se desvía la mirada «hacia el infinito» es el resultado de la interacción de Élisabeth con sus retratados.

Me quedan dudas sobre si realmente ella impuso esta moda, pero la anécdota de hacerles mirar hacia otro lado es verídica puesto que está documentado en cartas escritas por Élisabeth.

Padrastro y problemas con el gremio

Élisabeth tenía talento, clientes y le iba bien. Ganaba buen dinero. Pero su madre decidió casarse con un joyero quien se convirtió en su padrastro.

Inmediatamente, su padrastro comenzó a disponer de todos los bienes de los Vigée incluyendo, por supuesto, de los ingresos que generaba Élisabeth.

Ella lo odiaba no sólo porque se quedaba con el dinero que ganaba sino porque había ocupado el lugar de su padre y hasta usaba la ropa que este había dejado tras su muerte.

Por otro lado, el trabajo de Élisabeth fue creciendo y eso molestó al gremio de artistas que la obligó a afiliarse para poder continuar desempeñando su profesión en Francia.

Amor y casamiento

Dentro de su círculo social, Élisabeth conoció a Jean-Baptiste Le Brun, un pintor, coleccionista y mercante de arte.

Ambos compartían haber tenido un padre pintor y la pasión por el arte. Así fue como se enamoraron y se casaron. Con el tiempo, tuvieron una hija, Julie, a quien cariñosamente llamaban Brunette.

Tiempo después Élisabeth perdió un embarazo y ya no tuvo más hijos. Julie fue la única hija de Élisabeth y tuvo un final trágico. Más adelante te lo cuento.

Lamentablemente no fue un matrimonio muy feliz. Ella trabajaba y generaba dinero mientras que él perdía todo en apuestas. Terminarían divorciándose más adelante aunque por motivos políticos, para proteger a Élisabeth.

Más allá de lo desdichado que resultaría el matrimonio, las conexiones de su esposo le facilitaron nuevos clientes y esferas sociales más altas. Pero su unión con Jean-Baptiste le dio algo todavía más importante.

Viaje a Flandes y perfeccionamiento

Como Jean-Baptiste era un comerciante de arte, esto le permitió a Élisabeth estudiar muchas grandes obras de artistas que admiraba. En esa época la mejor forma de aprender era copiando obras de arte y gracias a su esposo, Élisabeth tuvo exclusividad con muchas obras de artistas consagrados.

Para complementar incluso más sus conocimientos, Élisabeth y Jean-Baptiste realizaron un viaje a Flandes, lo que hoy es el norte de Bélgica y parte de Holanda. Allí, ella pudo estudiar a los grandes maestros flamencos, especialmente a Peter Paul Rubens, considerado como uno de los mejores pintores de todos los tiempos y quien ha sido indudablemente su mayor influencia.

Al volver de Flandes, Élisabeth Vigée Le Brun pintó una de sus obras más célebres. Un autorretrato donde aplica las técnicas de los flamencos, pero además, se pinta en la pose de un cuadro del mismo Rubens. Decidida y desafiante, Élisabeth emula al gran maestro.

Este es uno de sus cuadros más famosos y fue un éxito total en su momento. A partir de allí todos sus clientes le pedirían que aplicara las mismas técnicas a sus retratos.

Autorretrato de Élisabeth Vigée Le Brun (1787)
Autorretrato de Élisabeth Vigée Le Brun (1787)

La retratista de María Antonieta

La reina de Francia, María Antonieta, es famosa por su trágico desenlace en la Revolución Francesa. Spoiler alert: terminó en la guillotina al igual que su esposo el rey Luis XVI, en 1793.

Antes de sucumbir ante el frío metal tuvo su reinado. Y como toda reina, se hizo muchos retratos. El problema era que María Antonieta nunca quedaba conforme con los cuadros que le hacían así que mandó a llamar a Élisabeth quien ya era una artista destacada.

Ellas ya se habían conocido antes. Recordemos que Élisabeth se movía en círculos sociales altos. Pero nunca había tenido la oportunidad de pintar para la realeza.

Los retratos de Élisabeth fascinaron a María Antonieta y, de algún modo, ella pasó a ser la retratista oficial de la reina pintando más de 20 cuadros de la familia real, retratando también a sus hijos. Entre ellas se desarrolló un vínculo de amistad que permaneció durante muchos años.

¿Qué fue lo que hizo Élisabeth para deslumbrar a la reina? Suavizó muchos de los defectos de su rostro y sacó la belleza que ella percibía. Empatizó con la reina y logró obtener lo mejor de ella. Tarea en la que otros artistas habían fracasado antes.

María Antonieta y sus hijos (1787)
María Antonieta y sus hijos (1787)

El límite por ser mujer

Ya consagrada y habiéndose convertido en una artista cara, Élisabeth quiso ingresar a la Academia Real de Pintura y Escultura de París pero no se lo permitían.

En principio, la excusa era que su esposo era un comerciante de arte y eso invalidaba la posibilidad de formar parte de la academia, pero también estaba la resistencia a recibir mujeres.

Después de utilizar su influencia a través de la reina María Antonieta, finalmente dejaron ingresar a Élisabeth quien fue una de las pocas que pudo acceder a ese privilegio durante los años en que la academia existió.

Otro gran anhelo de Élisabeth era dejar un poco de lado los retratos y pintar sobre historia y mitología. Esos eran los temas sobre los que pintaban los grandes artistas. Pero nuevamente el hecho de ser mujer le jugaba en contra.

Los cuadros épicos que rememoran hechos mitológicos, bíblicos e históricos requieren desnudos. ¿Cuál es el problema? Aunque hoy en día nos parezca insólito, en esa época a las mujeres artistas se les prohibía pintar utilizando modelos desnudos, especialmente masculinos. Era una cuestión de decoro y buenas costumbres.

Sin embargo, Élisabeth pudo de algún modo eludir esta restricción. Volvió a usar sus influencias con las altas esferas y logró que le permitieran pintar cuadros de la temática que quería aunque usando modelos femeninos exclusivamente.

Por ese tiempo también abrió un atelier para jóvenes mujeres donde transmitió todos sus conocimientos aunque con las mismas restricciones de no poder pintar el cuerpo humano usando modelos.

Autorretrato de Élisabeth Vigée y su hija Julie (1786)
Autorretrato de Élisabeth Vigée y su hija Julie (1786)

Su influencia en la moda de la época

Élisabeth era una mujer con un sentido estético particular para la época. Solía vestir simple, con túnicas blancas sueltas, con reminiscencias de medio oriente. Este estilo luego se imponía en la París de esa época.

Pero al mismo tiempo, esta visión de querer cambiar la moda y su modo de vida demasiado moderno para la época le jugaría en contra.

Los escándalos personales

Élisabeth Vigée Le Brun estuvo en el centro de la escena por varios escándalos en la época previa a la Revolución Francesa.

El primero está relacionado a una especie de fiesta de disfraces que organizó con temática de la Antigua Grecia. Falsos rumores corrían diciendo que había gastado una fortuna para esa reunión. En realidad, Élisabeth había encontrado una excusa para celebrar su amor por el neoclasicismo.

Vinculado a esta forma de vida aparecieron más rumores donde se la acusaba de llevar una forma de vida licenciosa y de tener una relación con Monsieur de Calonne, quien manejaba las finanzas del Estado en esos tiempos. Llegaron incluso a circular cartas falsas entre ellos dos.

Estos rumores eran falsos, aunque se cree que, por ejemplo, Élisabeth tuvo un affair extra matrimonial con el Conde de Vaudreuil, quien fue uno de los primeros coleccionistas de sus cuadros.

¿Por qué surgían estos rumores falsos? Por su cercanía con la realeza. Era una época complicada y la revolución se estaba gestando en las calles de París.

Los escándalos relacionados con María Antonieta

Como si no tuviera suficiente con sus propios escándalos, Élisabeth también se vio envuelta en los que se vincularon con la reina María Antonieta.

El primer problema lo tuvo cuando pintó a la reina con ropas claras y simples, similar a las de los musulmanes, tal como ella se vestía. El escándalo fue tal que la obligaron a repintar la obra, vistiendo a la reina de forma clásica y «más decente».

Como si fuera poco, hubo otro escándalo vinculado a la reina. El contexto político estaba muy complicado en Francia y había ocurrido un hecho confuso. Habían acusado a la condesa de La Motte de robar un valioso collar que pertenecía a María Antonieta.

El hecho fue bastante famoso ya que aunque el collar nunca apareció, a la condesa la encontraron culpable, la torturaron, la desvistieron en público para marcarla como ladrona con un hierro caliente y la condenaron a prisión perpetua. Aunque poco tiempo después escapó.

El público en general simpatizaba con la condesa y miraba con resentimiento a la realeza. Este episodio fue uno de los tantos que se dieron previo a la gran revolución que terminó con los reyes en la guillotina.

¿Qué tuvo que ver Élisabeth con esto? Para limpiar la imagen de María Antonieta, le propusieron pintar un nuevo cuadro. La idea era que la reina apareciera abrazando a sus hijos y que en un segundo plano y a oscuras, aparecieran unas joyas.

El mensaje era claro: la reina es primero una madre y todo lo material es secundario.

Sin embargo, la gente vio las joyas en el retrato y el tema del robo aún estaba demasiado fresco. El cuadro ocasionó el efecto contrario al deseado por la realeza. La imagen de María Antonieta no volvería a limpiarse nunca más.

Revolución Francesa y huida

En 1789 estalló finalmente la Revolución Francesa. Élisabeth Vigée Le Brun no tuvo más remedio que escapar de Francia junto a su hija Julie. Su nombre estaba asociado con la realeza y había sido puesta en la lista de personas indeseables.

Élisabeth estuvo 13 años en el exilio. Durante ese tiempo recorrió diferentes partes de Europa y llevó con ella su arte.

Los viajes de Élisabeth Vigée Le Brun

Veamos brevemente qué hizo en cada país que visitó Élisabeth.

Italia

Italia era el lugar al que todos los artistas debían ir para conocer las obras de los grandes maestros del pasado. Élisabeth estuvo en Roma, Bologna, Nápoles, Florencia, Toscana, Turín y Milán.

Allí recibió encargos de italianos y también de franceses exiliados, por lo que pudo seguir pintando retratos. Su reputación artística estaba intacta y hasta el Papa Pio VI le pidió un retrato aunque ella rechazó el encargo.

En Italia conoció a Angelica Kauffman, otra gran pintora de la época, nacida en Suiza.

En Nápoles pintó a la famosa Lady Hamilton, esposa del embajador de Inglaterra en ese lugar y amante del Almirante Nelson. También allí retrató la Reina de Nápoles.

Élisabeth quería volver a Francia pero el contexto seguía complicado. Su esposo había sido arrestado y se había enterado de la ejecución de Luis XVI y María Antonieta, lo cual la afectó mucho.

Emma Hamilton como Sibila de Cumas (1792)
Emma Hamilton como Sibila de Cumas (1792)

Rusia

Élisabeth llegó a Viena, en Austria y luego siguió viajando hasta llegar a San Petesburgo, que en ese entonces intentaba convertirse en una capital europeizada. El Zar quería que el arte y la cultura brillaran en esa ciudad.

En el medio de su viaje pasó por Berlín, Postdam y Riga, entre otras ciudades.

Gracias a su reputación, la Zarina la convocó para que la pinte. Si bien hubo un malentendido debido a que Élisabeth no cumplió con el protocolo de saludo oficial, los zares igualmente la contrataron y quedaron satisfechos con el resultado.

Élisabeth estuvo 7 años en San Petesburgo. Se especializó en el retrato de niños y niñas. Los rusos no se deleitaron sólo con su arte sino también con sus costumbres. Incluso, comenzaron a copiarle su forma de vestir.

En San Petesburgo también se casó su hija Julie con quien se peleó y no volvió a verse durante varios años.

Princesa Ana Gruzinsky-Golitsyna (1797)
Princesa Ana Gruzinsky-Golitsyna (1797)

Regreso a Francia

Élisabeth pintó tantos retratos en Rusia y en toda Europa que ya no le quedaron clientes. Además, había enfermado. En Francia la habían quitado de la lista de indeseables. Ya podía volver a su hogar.

Y así lo hizo en 1802. Pero el regreso fue triste. Todo había cambiado en Francia. Ya no era el lugar que recordaba.

Siguió haciendo algunos encargos para Alemania y Rusia. Luego, hizo un viaje a Inglaterra para buscar clientes, pero se encontró con mucha competencia y ningún entusiasmo por ella de parte de los británicos. Así que no tuvo más remedio que volver otra vez a Francia.

Con Napoleón en el poder, el autoproclamado Emperador le encargó retratos de sus hijas.

El trágico final de su hija Julie

Élisabeth se peleó con su hija luego de su casamiento en San Petesburgo. No la volvió a ver más y no supo más nada de ella.

Pero un tiempo después descubrió que su esposo la había abandonado y que ella había caído en la pobreza extrema. Había contraído sífilis y quedado postrada. Élisabeth la fue a visitar en su lecho hasta que murió

Los últimos años de Élisabeth Vigée Le Brun

Élisabeth no dejó de pintar aunque su época de esplendor ya había quedado en el pasado. Siguió viajando y estuvo un tiempo en Berna y en Zurich, Suiza. Allí se dedicó a pintar paisajes, un estilo que no había desarrollado antes.

Una vez más retornó a Francia. Además de pintar, se dedicó a organizar tertulias y a escribir sus memorias.

Élisabeth Vigée Le Brun murió en 1842 a los 86 años.

Durante su vida pintó más de 660 retratos y 220 paisajes.

¿Dónde están las obras de Élisabeth Vigée Le Brun hoy?

Como es una artista reconocida mundialmente, algunas de sus obras están en los principales museos del mundo y otras pertenecen a colecciones privadas. 

Algunos de los museos que exhiben obras de Élisabeth son el Louvre, de París; el Hermitage Museum, de San Petesburgo; la National Gallery, de Londres; y el Metropolitan Museum of Art de New York. 

Las claves de su éxito

Élisabeth triunfó porque tenía un gran talento, pero también porque era muy inteligente.

Estaba técnicamente dotada para crear grandes pinturas y había tenido la oportunidad de estudiar a los grandes maestros. Se destacaba en la creación de paletas de colores y poseía un don especial para el retrato. Fue un exponente del movimiento Rococó y del Neoclasicismo.

Puede ser que su esposo Jean-Baptiste le haya abierto un mundo de conexiones y haya establecido un precio alto a su talento. Pero fue ella la que supo cómo dirigir su carrera. Fue una pionera de lo que podríamos llamar el marketing artístico.

Ella no vendía sólo el retrato sino toda la experiencia de posar, como una especie de entretenimiento.

A todo esto se le sumaba su belleza y encanto personal.

El punto de partida para aprender más

Esto ha sido todo por este artículo. Espero que te motive a aprender más sobre Élisabeth Vigée Le Brun y sobre arte en general.

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Acerca del Autor

Alejandro De Luca

Nací en Buenos Aires y soy programador web. Me defino como un rebelde autodidacta y cafeinómano. Vivo comparando la vida real con Los Simpsons. Creé Mentes Liberadas para compartir consejos, recursos y herramientas para la escuela y la universidad. Vivo en Montevideo, Uruguay.

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